Hasta hace unos años, tomar té matcha era una costumbre reservada a las ceremonias japonesas o a los paladares más curiosos. Hoy es tendencia en las redes, protagonista de recetas virales y el ingrediente estrella de las cafeterías que marcan estilo. La etiqueta “MatchaTok” reúne millones de visualizaciones con consejos, rituales y estéticas que exaltan al polvo verde como un símbolo de bienestar y elegancia.
Este furor, amplificado por influencers de todo el mundo, coincidió con un contexto ideal: la reactivación del turismo en Japón, el abaratamiento del yen y el auge del consumo consciente. El resultado fue una explosión global de la demanda de matcha. Sin embargo, lo que parecía una buena noticia para la cultura nipona está generando un efecto colateral inesperado: la escasez de este té tradicional.
El fenómeno fue abordado recientemente la BBC en una publicación donde consultó a distribuidoras, productores y expertos del sector que ven con preocupación cómo se agotan los suministros, los precios se disparan, y la tradición queda atrapada entre el marketing y la moda.
La demanda sube y el campo no responde
Lauren Purvis, fundadora de una compañía importadora de té en los Estados Unidos, explicó que algunos clientes que antes pedían matcha para un mes ahora necesitan esa cantidad en solo unos días. En cafeterías de moda, incluso, se consume hasta un kilo por jornada.
Al mismo tiempo, las regiones japonesas que cultivan el tencha, la hoja verde que da origen al matcha, están sufriendo el impacto del cambio climático. Las olas de calor que azotan zonas como Kioto provocaron malas cosechas y encarecieron el producto. A eso se suman los nuevos aranceles que impuso el Gobierno estadounidense a las importaciones japonesas, con un 15% de recargo que desalienta las exportaciones.
La producción de matcha requiere tiempo, sombra, conocimiento y trabajo manual. No se trata de cualquier té: su proceso de elaboración es tan meticuloso como antiguo. Pero ese ritmo tradicional choca con la aceleración de la demanda actual.
Tradición, escasez y un llamado al consumo consciente
El aumento de la demanda también afecta a quienes trabajan para conservar la tradición. En ciudades como Uji, conocida por su matcha de calidad, los turistas vacían las tiendas apenas abren. Algunos locales ya limitaron la compra a una sola lata por persona.
La cadena Chazen, dedicada a ofrecer ceremonias del té en Tokio, tuvo que subir sus precios un 30% este año. Su directora, Rie Takeda, explicó que los pedidos de matcha que antes se recibían en días ahora demoran semanas.
Pero no todo es una señal de alarma. Organizaciones como la Asociación Global del Té Japonés promueven un enfoque más equilibrado: invitan a disfrutar del matcha con respeto, diferenciando entre el de alta calidad (ideal para ceremonias o preparaciones simples) y el de cosechas tardías, más accesible y adecuado para recetas o lattes.
¿Negocio o burbuja pasajera?
A pesar de las tensiones actuales, algunos actores del mercado creen que el frenesí por el matcha podría estabilizarse en pocos años. Masahiro Nagata, cofundador de Matcha Tokyo, opinó que los precios desorbitados del matcha de baja calidad no serán sostenibles a largo plazo.
Mientras tanto, los distribuidores observan con preocupación el impacto de los impuestos comerciales. En julio, los pedidos crecieron más de un 70% antes del vencimiento del acuerdo entre EE.UU. y Japón. A falta de producción nacional, los aranceles encarecen un producto que no tiene sustituto directo.
La paradoja es evidente: el matcha es una puerta de entrada a la cultura japonesa, pero su boom internacional amenaza con distorsionar su esencia.